Muerte entre corcheas
Dooo re mi fa sol la si dooo si la sol fa mi re do reee. Y el crítico musical cayó en un definitivo, profundo y placentero sueño. Como cada noche había seguido, a rajatabla, su ritual melómano. Esto es; dar dos golpecitos en cada una de las patas de la cama con el pie izquierdo (percusión), mirar con lupa algún resto de cabello en la almohada para dejarla inmaculada (cuerdas de violín), pasar tres veces los dedos de la mano por encima de las sábanas para disfrutar de su textura (piano), adoptar la posición fetal con su cintura pegada a las caderas de su mujer (guitarra), colocarle las plantas de los pies para que descansasen sobre sus rodillas de tal forma que ambos quedaban encajados como si fueran dos piezas de un puzzle (violoncello) y lo más importante, ponerse los auriculares. Todo listo para el concierto, para, como le gustaba decir, la dulce transición. A la mañana siguiente encontraron su cuerpo sin vida con los auriculares enredados por todo su gaznate mientras una melodía metálica aún sonaba, amortiguada, bajo la almohada. Su cara, de un blanco roto, componía el compás de la más absoluta nada. Un pentagrama virgen. El testimonio de la mujer fue crucial para desvelar aquel misterio.
- Amaba la música sí, no creo que se suicidara. Yo tampoco lo maté. Lo que ocurre es que se movía mucho por las noches. Mira que se lo dije.
- Amaba la música sí, no creo que se suicidara. Yo tampoco lo maté. Lo que ocurre es que se movía mucho por las noches. Mira que se lo dije.
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