LA RUEDA

La primera vez que lo vi fue en el aparcamiento. Era esa clase de tipos, de esos que incomodan a los hombres sensibles y modernos de ciudad simplemente por existir. No les falta razón, la sola constatación, por rápida y fugaz que sea, de que, en efecto, existe un ejemplar así, nos deja a la altura de niños malcriados.
La primera vez que lo vi fue en el aparcamiento, no parecía de esa clase de hombres débiles capaz da caer, o mejor, lanzarse a los brazos del juego, alcohol, drogas o un nuevo par de tetas más jóvenes y grandes. Al contrario, me lo imaginaba haciendo lo que fuese necesario por defender a su mujer y a sus hijos. Me lo imaginaba diciendo "Cariño, no hay nada en el frigorífico, voy a salir a cazar algo para cenar, ¿ciervo o jabalí?" Rudo y fuerte, me lo imaginaba regalando a su mujer horas y horas de sexo tosco y noble. Sin dramas, me lo imaginaba sacrificando sus sueños de llegar a ser un gran chef por construir con sus propias manos un hogar, un refugio.
La primera vez que lo vi fue en el aparcamiento, era un varón de unos cuarenta años, de complexión fuerte, barba y gorra azul. Llevaba una camisa de cuadros y unos vaqueros negros muy desgastados. Me llamó la atención sus movimientos. Eran muy decididos, la mayoría de la gente no se comporta así, dudan más, ya me entiende, que si primero abro el maletero, luego la puerta de atrás, no, mejor por la del copiloto…en fin, ya me entiende. Sin embargo, él metía las bolsas de la compra como quien va a robar un banco. - Pues fue exactamente lo que hizo.- Me confirmó el inspector. 
Por Carlos Torrero

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