El columpio azul (relato)
El hombre que no es nadie había escrito treinta y siete novelas en su cabeza pero sólo una había llegado, en forma de manuscrito, hasta su anónimo cajón. Y decidió, con la misma dignidad que atesora la mortadela con aceitunas, que algún día aquella historia sería traducida a trece idiomas, vendería diez millones de ejemplares y sufriría alguna pretenciosa adaptación cinematográfica. Evidentemente se equivocó.
El hombre que no es nadie tiene por piernas dos ruedas de metal fino y, sin embargo, lleva un viejo walkman Aiwa de cintas cassete pegado con celo al bolsillo de la camisa, junto a la comisura del corazón. Siempre escucha la misma cinta, siempre la misma canción: No tengo moto ni coche ni bicicleta bueno y qué, puedo volar sin reducir de marcha y sin carné… Un delicioso anacronismo, una solución ad hoc.
Al hombre que no es nadie le gusta subirse al columpio azul y, con la frente pegada al cristal, admirar la ciudad de Palma. Le gusta ver cómo huyen los árboles y se rebobinan las esquinas. Un columpio que le permite –mira mamá sin pies, mira mamá sin manos- reencuadrar cada beso, farola, neón, pájaro, semáforo o detalle que se le antoje. Por eso cada día coge ese autobús, blanco y azul, más azul que blanco y se acomoda tras la mejor ventana dispuesto a disfrutar de su exquisito travelling .Y aunque en ocasiones, piensa que su vida la escribe un guionista ansioso, cansado y mal pagado, se acuerda de la historia que tiene en el cajón. Trata de un hombre de corazón sin trampa al que lo abandona su mujer, no sé muy bien por qué ni sé con qué pretexto pero lo desmantela. Lejos quedó el día en que se casaron, sólo uno después de conocerse. Y lejos quedó la irónica invitación de boda que hicieron llegar a sus amigos: Después de tanto esperar y, tras haberlo pensado mucho, por fin lo hemos decidido. En plena posesión de nuestras facultades mentales (sean cuales sean) nos complace invitaros a nuestro enlace nupcial que se celebró… ayer.
Fue entonces cuando, tras el abandono, desempolvó su antigua Yashica y se dedicó a fotografiar todo objeto, lugar y bicho viviente abandonado. Gasolineras, piscinas, cementerios, zapatos… Pero esa es otra historia. Una historia encerrada en un cajón. Porque ahora el hombre que no es nadie comprueba que, los dedos de lo pies no, pero los de su mano, en efecto le pertenecen y aprieta el botón de play: No tengo moto ni coche ni bicicleta bueno y qué.
El hombre que no es nadie tiene por piernas dos ruedas de metal fino y, sin embargo, lleva un viejo walkman Aiwa de cintas cassete pegado con celo al bolsillo de la camisa, junto a la comisura del corazón. Siempre escucha la misma cinta, siempre la misma canción: No tengo moto ni coche ni bicicleta bueno y qué, puedo volar sin reducir de marcha y sin carné… Un delicioso anacronismo, una solución ad hoc.
Al hombre que no es nadie le gusta subirse al columpio azul y, con la frente pegada al cristal, admirar la ciudad de Palma. Le gusta ver cómo huyen los árboles y se rebobinan las esquinas. Un columpio que le permite –mira mamá sin pies, mira mamá sin manos- reencuadrar cada beso, farola, neón, pájaro, semáforo o detalle que se le antoje. Por eso cada día coge ese autobús, blanco y azul, más azul que blanco y se acomoda tras la mejor ventana dispuesto a disfrutar de su exquisito travelling .Y aunque en ocasiones, piensa que su vida la escribe un guionista ansioso, cansado y mal pagado, se acuerda de la historia que tiene en el cajón. Trata de un hombre de corazón sin trampa al que lo abandona su mujer, no sé muy bien por qué ni sé con qué pretexto pero lo desmantela. Lejos quedó el día en que se casaron, sólo uno después de conocerse. Y lejos quedó la irónica invitación de boda que hicieron llegar a sus amigos: Después de tanto esperar y, tras haberlo pensado mucho, por fin lo hemos decidido. En plena posesión de nuestras facultades mentales (sean cuales sean) nos complace invitaros a nuestro enlace nupcial que se celebró… ayer.
Fue entonces cuando, tras el abandono, desempolvó su antigua Yashica y se dedicó a fotografiar todo objeto, lugar y bicho viviente abandonado. Gasolineras, piscinas, cementerios, zapatos… Pero esa es otra historia. Una historia encerrada en un cajón. Porque ahora el hombre que no es nadie comprueba que, los dedos de lo pies no, pero los de su mano, en efecto le pertenecen y aprieta el botón de play: No tengo moto ni coche ni bicicleta bueno y qué.
Comentarios
Nunca están claros los motivos por los que se escribe pero como mínimo esperamos que alguien nos escuche. Un saludo