BESOS PROHIBIDOS

Besarla era como pasar la lengua por la roca. Fría y distante. Miré hacia un lado y hacia el otro excitado y con la adrenalina propia de los que creen mirar sin ser vistos. Le di otro beso y pasé la lengua suavemente hasta conseguir lamerle el pie por completo. Sentí escalofríos. Volví a mirar, esta vez hacia arriba. Allí había un ojo mecánico, agazapado bajo una esquina rota y un estucado veneciano, blanco puro, de tacto insuperable, espectáculo para unos pocos.

A decir verdad, seguramente, el espectáculo lo estaba dando yo. Ya me podía imaginar a los vigilantes de seguridad retorciéndose de la risa, comentando la jugada como si de un reality show barato se tratara, o abriendo los informativos de mediodía:
Esta misma mañana, a las 11:00 horas en La Ciudad de la Cultura de Galicia, en Santiago de Compostela, un hombre de mediana edad se arrodillaba frente a una máquina de escribir y la emprendía a besos con el modelo en cuestión, una SHOLES & GLIDDEN del año 1876. Este modelo fue clave para la incorporación de la mujer al mundo laboral y fue la primera máquina que se fabricó de forma industrial. A partir de ella nació el teclado QWERTY, empleado hoy en todos nuestros ordenadores y teléfonos móviles.
La máquina forma parte de la exposición TYPEWRITER: La historia escrita a máquina, extraída de la Colección Sirvent. Esta exposición, compuesta por más de 120 unidades, es un homenaje a la radicalidad y eficiencia que tuvo la máquina de escribir a la hora de acelerar el ritmo de las comunicaciones y las relaciones sociales, suponiendo una revolución para el mundo gráfico y profesional en general. Pueden visitarla hasta el 8 de Enero.
Este suceso se ha producido ante la mirada atónita de los vigilantes de seguridad que tras observar los movimientos sospechosos del sujeto, decidieron advertir a las autoridades. Parece ser que el individuo, cuya identidad no ha trascendido, adoptó esta radical muestra de amor como protesta a la poca memoria que tienen algunos en plena era digital, pues, en efecto, se podría decir que las máquinas de escribir han pasado a ser casi reliquias que nos retrotraen a épocas más románticas, quizás, en las que literatos, guionistas, periodistas u oficinistas se manejaban con carretes de cinta, los dedos manchados de tinta y el entrañable sonido de las teclas . El comisario de la exposición, por su parte, bla, bla bla…


En ese instante y contra todo pronóstico, la cámara rotó hacia el otro ángulo de la sala, dejándonos fuera de su campo de visión. Quizás fuese una maniobra de distracción pero la torpe pureza de mis sentimientos no entendía de riesgos, y mucho menos de estrategias, así que no me importó. Continué con mi cortejo. Embriagado por sus encantos, estreché la distancia una vez más y me entregué de nuevo a la pasión. Yo la conocía y sabía que a pesar de su aspecto, no era una máquina de coser, ni una máquina de escribir, ni un piano. Era todo eso y mucho más. Era todo eso y a la vez. Miré el vinilo de la pared. Datos fríos.
Fabricante: Remington & Sons, Ilion, New York. Constructor: C.L. Sholes, C. Glidden. Número de patente: 207.559. Primer año de producción: 1874. Años de producción de este modelo: 1874-1878. Precio original: 125$.
Datos que no hacían justicia al invento definitivo de Cristopher; esto es, una máquina de sueños que tejía palabras con hilo negro y emitía las más atractivas melodías que pudiera albergar un instrumento de cuerda. Es por eso que no me costaba creer en las historias que hablaban del fracaso de otras, más discretas y silenciosas. Quizás escribiera de una forma tosca, lenta y poco pulida. Pero ninguna como ella. Mark Twain lo sabía. Y yo también.
De repente, unos ruidos procedentes del fondo del pasillo dinamitaron mi viaje emocional. Venían a por mí, no cabía duda. Qué clase de energúmeno fetichista se despachaba así con una joya de la Historia de la mecanografía. Me escondí como pude tras ella pues, cuando quise reaccionar, el eco de los pasos me rozaba la nuca. Dejé de respirar y los segundos se convirtieron en siglos. Falsa alarma. No apareció nadie. Volví a comprobar que, en efecto, las pestañas me pertenecían. Parpadeé varias veces con el claro objetivo de lubricar mis abnegados ojos. Fue en ese momento cuando uno de ellos, concretamente el derecho, recaló en una frágil hoja muy envejecida que asomaba por la parte trasera. Retiré el moho y desdoblé los pliegues. Se trataba de una copia de carbón. No me lo podía creer. Quién, cuándo, dónde, cómo, por qué. En ella se podía leer:
Al hombre que no es nadie le gusta ver cómo se rebobinan las olas mientras la espuma lame sus piernas. Y soñar con mojitos imposibles y atardeceres rosas y sirenas en la pista de baile con olor a champú. Si observáramos detenidamente su aspecto físico, nadie podría sospechar por qué sonríe. Al menos, a simple vista, no parece tener muchas razones. Pero él sonríe, a pesar de que unos mocosos le están torturando el astrágalo con unas herramientas de plástico y, lo que es más importante…

- ¡Policía! Salga de ahí con las manos en alto, despacio- oí al otro lado de la máquina.
Fue como por instinto que me metí la copia dentro del calcetín antes de incorporarme y salí con las manos desnudas y los dedos apuntando al techo.
-Tranquilos- dije. - No es por lo que mueres, es por lo que vives.- y me entregué.
Camino de la comisaría pensaba que a mí también me hubiera gustado inventar algo, un soporte para poder leer libros, tumbado hacia arriba sin tener que utilizar los brazos, por ejemplo. O una pastilla que convierta el agua del mar en agua potable. Pero nada de eso estaba a mi alcance. Así que una vez liberado, pensé que me encerraría en mi casa de Novela a inventar palabras. Y eso hice.

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