Sundays picnic
Había una vez una ciudad cuyas calles empedradas estaban hechas, esencialmente, de pasión, caliza, arcilla y deseo. Y los amantes cruzaban el río y trepaban los más altos muros con las alas de su amor. Sin embargo, tantos besos y caricias terminaron por enfadar a los dioses que no podían disfrutar de ese placer exquisito y, a la vez, tan mundano.
-Sólo son unos insignificantes sacos de carne y huesos, no se les debería permitir gozar así. Al menos no siempre.
Y así fue. La ciudad fue castigada y desde entonces, durante el verano, hace tanto calor que, nadie en Sevilla se acerca a su amante. Ya no está hecha para el cariño. Muerte de la libido.
De hecho, es bien conocida por todos la historia del hijo del maestro y la hija del anticuario, una joven y loca pareja de amantes que un domingo se adentraron en el jardín de los poetas y osaron darse un beso. Dicen que ella tenía los ojos de un azul profundo, no apto para navegantes primerizos. Dicen que se fundieron, que se convirtieron en agua. La hierba lo agradeció.
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